El jueves he despertado contento, con algo de humedad ocular por un sueño de lo más bizarro.
Había un a explanada, como un campo, donde una feria ofrecía diversión a todos los regios. Yo hacía fila para el evento principal: Pararse al estrado y hacer un Stand-up Show.
La mayoría de la gente que participaba eran payasos, no comediantes ni cómicos, payasos de rutina, payasos de fiestas infantiles y de quinceaños, no tengo nada en contra de payasos, pero hay de comedias a comedias.
Cuando faltaban cerca de 20 gentes para que fuese mi turno, me entró un pánico enorme, no sabía de qué hacer mi rutina y decidí huir, que al cabo no había registro de participantes, era todo amateur style.
Al salir de la fila me topo a mi noviesota, quien quería comprarse unas plantitas en un puesto oaxaqueño de artesanías. Buscamos plantas curiosas, algo así como los bambúes de la suerte, pero de colores y que no crecen mucho. En eso un señor de traje y muy elegante me toma del brazo al verme revisar las pulseras, dijes y demás alhajas.
El tipo era un vendedor, de esos astutos, zorro de las ventas, pero tenía algo que lo sometía a mí, es decir, no me picaría los ojos, como si yo pudiera ayudarle. Entonces al llevarme a la trastienda, no va siendo mi sorpresa del tamaño de Abelardo al notar que estaba entrando a una oficina por demás lujosa. De forma circular, con clima, muebles de maderas finas y obscuras, tapetes de alcurnia y elegancia en toda su extensión.
Nos sentamos a la mesa del centro del lugar, una mesa pequeña, dentro de un círculo de los muebles más elegantes. Cuando me convencía de algo que no recuerdo, entra un grupo elite de personas, señores gordos de trajes de diseñador, señoras todas ellas con 20 años menos que sus “maridos” y entre toda la horda de lambiscones: una viejecita.
Esta señorona vestía un trajecito azul celeste pastel, una camisa a flores blancas sobre un fondazo de hierbas verdes de muchos tonos, una mascadita del color del cielo, un sombrero de esos redondos que les ponen a las niñas cuando son bebas. Al principio tenía lentes oscuros de enormes cristales, pero al quitárselos noté que tenía como cuatro ojos.
Ya de por sí resaltaba su ropa viva en colores entre tanto traje italiano. Pero se suscitó una discusión en la que no pude evitar meterme (ya saben, me encanta el chisme) y era todo porque Doña Carmenita no quería quitarse el par de ojos extra que traía. Ahora, estos ojos eran como unos limoncitos, unas rebanadas de pepino o unas fichas de refresco de sabor limón. Lo noté al acercarme por detrás para verla. Pidió un espejo para verse y yo incliné el que traía en mi mano para verla, pensé que ella no me notaría por el ángulo en que puse el vanidoso instrumento.
“¡No me veo!” dijo en el instante en que percibió el espejo frente a sí. Se quitó uno de los limoncillos del rostro y pude ver que su ojo estaba muy por debajo del grosor que tenía el ojo falso. Vaya que la doña se había hecho una mascarilla a base de arroz para sushi, y esto le agrandecía* la cara como por 4cm en todo el rostro.
El ojo que se descubrió presentaba un color azulado, debido a la ceguera que estaba invadiéndola desde algún tiempo atrás. Los rumores alrededor de la mesa eran sobre lo ridícula que se veía con sus cuatro ojos completamente verdes falsos. ¿Acaso me veo mal? ¿Está mal lo que hago y soy una vieja tonta?, preguntó sin recibir respuesta.
…
¡Para nada! Le dije para consolar esa cara redondita. ¿usted me pregunta a mí? ¡yo qué voy a saber!, usted es la de la experiencia de vida. La que ha pasado por las historias de las guerras y los cambios en gobiernos. La que ha hecho grande su compañía.
…
Usted seguro lee en mí el porqué puse el espejo de esta manera, con todo y que surjo de esmeralda no pueda verme. ¿¡qué importa lo que digan o piensen esos trajeados burdos!? Sabe muy bien a este punto lo que vale, lo que realmente debería buscarse, lo que está por demás de los demás. No necesita aprobación para su atuendo o esta capa exagerada de arroz en su cara. – Con lágrimas en mis ojos sentía pena por ella, estaba dolida, después de tanto que había logrado se sentía un estorbo, olvidada e ignorada. No sé porqué pero así se sentía ella y yo lo sabía.
Míreme y déjeme agradecerle. Porque he visto que usted se divierte, esos otros tres ojos verdes lo prueban, usted se divierte hasta con su ropa, sabe que es sólo ropa, que es sólo algo temporal y que desvía la mente de los demás hacia algo que tiene tan poca importancia como lo que esas mismas gentes puedan pensar al respecto. Me da mucho gusto haberla conocido. Que me mostrara hacia quién debo correr ahora con un regalo, que no sea un diamante ni algo lujoso como lo que el vendedor quiere ofrecerme a cambio de tiempo y vida; que basta con el bambú que no crece, que incluso sin eso. ¡Gracias!.
Salí corriendo por la oficina, salí de la tienda de macetitas y paseé velozmente por las lonas de los distintos puestos hasta encontrarla.
Aquí me desperté, pero no olvidaré la mascarilla de arroz de Carmenita, ni su piel arrugada y débil, y esos ojos falsos verdes. Sé que tampoco ella a mí.