27.2.15

El primer concierto de una vida

La noche de ayer fue muy especial, particular e irrepetible en sobremanera. Verán, Nancy y yo habíamos quedado de ir a ver a Phantogram en el Río 70 ya que cuando estuvieron (gratis) en Rhode Island no alcanzamos a llegar al evento. Así que ayer tuvimos la oportunidad de verlos en vivo al fin, yo la verdad pensé que no los había escuchado nunca pero resulta que Nan ya había puesto sus canciones en la casa con el ipad, ya saben de esas veces que sólo tienes música de fondo y como que no le prestas atención.
Total, llegamos justo para ver que había una enorme fila y como hacía un poco de hambre, nos echamos una torta veloz en un puestecillo de esos que están en la calle, bendita comida callejera ¡tan buena pa’ poner a entrenar a los anticuerpos!
Del desorden de organización donde tenías que cambiar tu boleto impreso en casa por uno (muy bonito y) bien hecho del local, no hablaré más que eso. Y al cabo de unos cuantos minutos desperidiciados por hacer dobles filas y amontonadero entre chavorrucos y jóvenes hiperjipsters entramos a la sala.
¿Sabían que el Río 70 era el más emblemático cinema regio de los años 80’s? O bueno, eso pienso yo que asistía ahí a las matinés y, por lo que me contó mi madre al enterarse del lugar del concierto, ¡rifaban piñatas!. Hoy en día nadie rifa piñatas ya, creo que los que tuvimos oportunidad de conocer el Río70 como cine fuimos muy afortunados. Era increíble pasar un rato lleno de actividades diseñadas para niños, incluso en “los intermedios” esa bonita costumbre de ponerle pausa a la película para que todos pudiéramos ir por el refill de palomitas y los incontinentes poder descargar las aguas y no perderse escena alguna de la película que estuvieran proyectando.
Ayer tuvo lugar uno de esos reencuentros nostálgicos con la inocencia, con la ilusión y la fantasía de niño y el regreso con una visión de adulto. Casi como Toto cuando repasa las películas del Paradiso, y no había dejos de tristeza ni nada por el estilo sino una idea de remordimiento, de haber abandonado la sala antes de la adolescencia y que ambos nos hallamos distanciado tanto así que ya somos diferentes. Vaya, ahora vi al Río70 como una sala para conciertos de rock alternativo, quizá empezando su vida como recinto musical como si fuera su adultez joven, igual que la mía en la que me estrenaré como padre: novatos ambos.
Me dio mucho gusto volver a este lugar, ya no como el pequeño de la familia sino como el grande, algo semi irónico. En los ayeres acompañados de un porvenir tan mío y tan desconocido y hoy con el mismo porvenir pero no mío, sino nuestro o mejor dicho de aquél; ayer, bebé (nonato) y papás asistieron a su primer concierto como familia, el primero del año, el primero de una vida que apenas está por comenzar.