cirquera circulancia cíclica
Te comenté del viernes, brevemente sobre los encuentros más sublimes que jamás podrían ocurrírseme. Vaya que ahora la idea me es más plausible, pues ha sucedido. Pero a mí, si no fuera por la semana pasada, jamás me hubiera aparecido en la mente.
Te decía que desde la noche anterior, casi como un rito, había pasado por un pensamiento algo tétrico y depresivo, nada de qué preocuparse, tú sabes, la época, los encuentros y la melancolía siempre asechan en estas fechas invernales. Entonces, la mañana del viernes ahí estaba la prueba, la evidencia, posiblemente autoprogramada e inconsciente pero real, la mujer más pequeña del mundo aún podía ser contactada y había sido ella quien dió la pista. En el pasado, eso bastaba para mantenerme contento por varios meses, aún cuando no hablara con ella.
Pero al terminar el día, me eché a los hombros la carga de conectar la computadora del jefe del taller, configurar la protección y cancelación de sitios prohibidos a menores y así fue como llegué al pueblo mágico del General Escobedo, donde él ha establecido su nuevo hogar.
A esos turistas cuya fascinación se alebresta al esuchar las palabras "pueblo" y "mágico" tan pegaditas en una oración les tengo una decepción. Pues Escobedo es una ciudad como todas esas pequeñas ciudades pegadas a las ciudades imporantes: atiborrada de gente, trabajo, industrias y nada de edificaciones tradicionalistas, sólo fraccionamientos pequeños y populares; salvo que tiene la peculiaridad que ahí habita la mujer que me pareció la más bella del mundo, por más de 14 años seguidos.
Comprenderás que al estar yo a escazos 3 kilómetros, o 4 minutos en automóvil, debía intentar aquélla frase de: ".. pues pasaba por el vecindario y decidí visitarte..." y hacerla real, clichística como sólo ella sola. Claro, que esta vez sería verdadera y no una burda excusa sin sentido para verla.
Había pasado ya una tercia de años desde nuestro último careo, y yo ya no estaba nervioso y mudo. De hecho fue todo lo contrario, tal vez para mal. Platiqué con su madre, y al desvirar la mirada me enamoré de sus ojos nuevamene, y de su coqueto alzar de cejas, fue tan muda y tan expresiva que no me importó que estuviera su actual pareja a su lado. Ella podrá inspirarme siempre y siempre podré volver a creer que algún día, uno cada vez más cercano y difuso, ella me acompañará por las calles del centro platicando y riendo. Un día.
Así fue que las dos mujeres más significativas del platonismo en mi vida aparecieron un mismo día de nuevo. ¿Qué más puede podría un soñador como yo?
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