14.12.11

Los 90 minutos más largos de los últimos 29 años


De entrada les aviso que este es un relato futbolero, por lo acontecido el pasado domingo 11 de diciembre donde el equipazo de mi vidaza quedó al fin campeón.
Como muchos, me había hecho a la idea de no ver a mi equipo llegar a las finales y coronarse, había aprendido a vivir con apoyar a un equipo de lucha, garra y entrega pero que nunca quedaba campeón. Equipo cuya afición le daba la personalidad de jugar contra adversidades que jamás llamé fracasos, siempre fueron retos; incluso en las dos épocas de oscuridad, creo que ahí más que en cualquier otro tiempo. Fue difícil aguantar, seguir queriendo y apoyando, incondicionalmente. Creo que esa es la palabra que ha definido el camino que tengo siguiéndolos, incondicionalmente; pues nunca me importó qué tan mal o bien estuviera el equipo, yo ahí estuve, en las buenas, las malas y las peores. El cariño por un equipo es como el que se le tiene a las mujeres, simplemente está ahí sin influenciarse si los demás dicen que no es bonita, que tiene malos modos o que podrías conseguir algo mejor; tan necios los otros por querer convencernos y necios nosotros por no hacer caso. Así queremos los hombres.
El pasado domingo se cortó con una sequía de títulos de casi 30 años, hasta el cielo fue cómplice al llorar incansablemente durante toda la jornada, con bajas temperaturas y poca visibilidad. Sí, el cielo cortaba con sus aguas la sequía que pasó mi equipo por tantos años. “Voy a llorar independientemente del resultado del partido del domingo”, lo repetí desde que supe que ese día sería el día definitivo, el que quedará en la historia y memoria de propios y extraños.
Sé que no soy el único que llevaba a cuestas los años de burlas y críticas, de intentos de convencerme de dejar al equipo, de apoyar a uno grande, a uno con jerarquía, un equipo que presentara vida no recuerdos de antaño deslavados y que no presencié con mis propios ojos. “¿Qué sabes tú de fútbol si no has visto a tu equipo campeón?” “Nunca han ganado nada”, lozas como éstas eran apiladas sobre nosotros durante décadas. Pero el amor no tiene explicación, la pasión no entiende de títulos, de comparativas, pues hasta contar desventuras le da sabor a ese cariño, tan incomprensible que se alimenta de sí mismo como una broma irónica: te quiero porque andas mal y te quiero porque andas bien.
Sabía que lloraría ese día ya fuese por apilar una carga insoportable más o por al fin librarme del yugo que me acompañaba desde que me volví Tigre. La liberación era un sueño la realidad era un suplicio que se sintió en los huesos cuando aún con un hombre más, el equipo caía tras haber dejado irse el gol en un penal que aseguraba el triunfo de una vez por todas. “No otra vez, por favor, no me pongas a prueba otra vez” repetía para mis adentros cuando el estadio enmudecía incrédulo ante la mala fortuna, la increíble falla de Lobos, el estandarte del equipo. Duró poco el silencio, es cierto, pues todos comenzamos a vitorear al equipo de nuestros amores, ya no con ánimo ni fuerzas ni siquiera ganas, sino con desilusión, reclamo y esperanza, sobretodo esperanza. Gritábamos el nombre del equipo aunque se podía distinguir que el mensaje detrás de nuestras porras era “No otra vez”.
Apoyar a un equipo implica encontrar y elegir una familia, ningún otro equipo más que el mío puede transmitir esto, ¿de qué otra manera explicas el apoyar sin recibir nada a cambio?¿el que once desconocidos te pongan de buen humor por una semana entera si no saben que existes?. Compartir la familia del futbol con los consanguíneos se vuelve un lazo más inquebrantable que el mismo ADN. Este año me eché a los hombros a los dos Tigueres más jóvenes de mi familia; al padre de uno de ellos le debo el haberme llevado a mis primeras pruebas de fe con el equipo, al descenso y al doble campeonato de vuelta a primera división; al padre del otro el apoyo de los últimos años, siendo que él apoya al vecino de enfrente me asignó la tarea de acompañar al menor de sus dos hijos el único fan del futbol. En la familia la polémica nunca sobra con temas como éste. Así me enfilé con ambos, yo que había sufrido las derrotas más pesadas de la historia del equipo y ellos quienes vivían su primer torneo asistiendo al estadio llenos de ilusión por “quererlo ver, campeón otra vez”. “Los primos de la suerte” les llamo ahora que el equipo dejó de ser visto como un defecto e insignia de mal gusto, referente de la ineficiencia y el mal manejo sin embargo muestra hoy orgulloso el ícono del campeón.
A modo de confesión puedo decir que lloré cuando cayó el gol de Mancilla, el que nos regresaba la copa; también con el de Pulido, el que cerraba el ataúd de Santos. Lo hice porque todos estos años se veían recompensados con algo que no era necesario: un campeonato, al equipo se le quiere, se le apoya incondicionalmente, no es necesario que demuestren que son los mejores; así los vemos siempre, es nuestro equipo son nuestros colores. Lloré apretando un pequeño morral que pertenecía a mi padre, con quien visité mi primer estadio y con el que nunca pude hablar de mujeres o de futbol, porté sus facciones por genética: el bigote de crecimiento disparejo, los labios enormes y la mirada entreabierta; el mismo corazón auriazul y el mismo morral con las letras y colores del equipo. Mis piernas flaquearon y me dejé caer al tablón cubriendo con mis brazos mi rostro mojado más por lágrimas que por lluvia, los primos de la suerte me ayudaron a mantener el equilibrio y me pusieron de pie, uno bajo cada brazo pues así lo manda la tradición. “Dondequiera que estuviera antes, ahora está conmigo, llorando desde el cielo” ¿Qué otra cosa podría pensar? Para eso llevé su morral, una de las pocas pertenencias que conservo de él; para forzarlo a vivir una final juntos traspasando la frontera terrenal con la divina, para contemplar la historia con mis propios ojos desde lo alto del estadio “estando más cerca de él”.
El día que Tigres se volvió campeón otra vez, yo cumplía 10 días más de vida que la que llegó a tener él. Hay tradiciones contra los que no tiene sentido luchar; hay pasiones contra las que no tiene sentido razonar, hay equipos contra los que no se puede ser indiferente pues están marcados por el destino, por historias como la mía y las de quienes me han compartido sentimientos similares que vivieron ese día.
Me resta sólo dar gracias por renovar esa pasión que velaba por 29 años dando ejemplo de lo que es el amor incondicional. ¡Felicidades Tigres!

2 commenti:

arturosc ha detto...

Como bien sabes apoyo al vecino de enfrente, sin embargo tu relato es conmovedor. Yo que he visto campeonar a mi equipo tres veces apoyaba en esta final a tu equipazo de la vidaza. Al contrario de muchos anti-tigres, yo si quería este resultado.

La primer razón sería que Santos me caga un más, la segunda porque me puedo subir al carrito al decir que es el tercer invierno consecutivo con campeón regio. Sin embargo la razón más importante era para que mis familiares, amigos y conocidos que han apoyado en las buenas y en las malas a los #tigueres disfrutaran de la dicha de ver a su equipo campeón, lo cual afortunadamente sucedió.

Se acabaron 29 años de sequía para el equipazo de tu vidaza y te felicito por el campeonato obtenido. Disfruta este momento que ver a tu equipo campeón no tiene precio.

Saludos! Y que bueno que compartes tus lágrimas (aunque no haya fotos) de felicidad de ver la sequía terminada y de compartir el feliz momento con tu progenitor hasta el más allá. ¡Enhorabuena campeón!

Frech ha detto...

puro pedo. tu mismo dices que te volviste aficionado tibre de un tiempo corto para aca.