La cena de la boda de Diego.
Este post lo perdí en el trabajo, pero acá va de nuevo aunque ya pasó de moda que mi amigo Diego, a quien conozco desde agosto de 1999, se casó por la 3ra ley, la que le faltaba, a principios de este mes.
De la boda muchos han hablado ya, yo he ido a varias, no soy un experto en ellas, pero creo que tuvo lo que toda boda debe tener, música bailable, cumbias, disco, tejana, banda, un grupo en vivo y bailadores bien cumplidores; amigos de décadas, desde prepa, de carrera, de la infancia, simpáaticos, sangrones, bailadores, juguetones, risueños y fotografeables; familiares, elegidos por Ganesh, cercanos y lejanos, propios y por ley; regalos, discretos, blancos por fuera, viajantes y que llegarán a su casa por la mesa de regalos; elegancia, en las ropas, el lugar, el ambiente, la iglesia; romance, de los novios, de las parejas amigos de ambos o de uno de ellos, de quien comienza a hacer su lucha invitando a una pareja a este evento, también de las consolidadas, formales, y las que se adelantaron en este paso familiar y no nos invitaron a su unión :P.
Pero de los detalles específicos habrá quien se encargue de narrarlos, Diego es buen candidato para dar explicaciones, yo alabaré la selección del platillo fuerte de la noche. Sí, hablaré de comida.
Fui solo, sin acompañante, ahí estarían mis amigos a fin de cuentas, tal vez de haber llevado a alguien ella hubiera dejado más comida para mí y yo habría continuado mi idilio gastronómico.
El nombre del platillo es solomillo de filete o algo así, pero no es sólo el hecho de haber comido carne en un evento social (siempre me habían dado pollo), era EL corte de carne. Creo que jamás, y no estoy exagerando cuando digo, jamás había probado semejante manjar en un evento de alta importancia. Tal vez probé algo delicioso en el Black Dog de París, o en alguna carne asada en Allende, pero en eventos de este tipo, Diego, con su selección, puso más en alto la línea que la mismísima Isinbáyeva.
“Ahora sé a que he venido al mundo; Nací para estar en este momento en este lugar para probar este platillo”
“Me preocupa saber que ahora mi vida está completa y no me queda mucho que hacer”
Así estuvieron mis frases esa noche, el platillo constaba de crepas de huitlacoche y risotto con granos de maíz (elotito). Pero el corte, lo sigo saboreando y creo que hasta lo buscaré en restaurantes cuando salga a cenar algún premio que me autoregale. El corte era sin hueso, como Ganesh manda, conocía el término medio, pero esto era diferente, estaba cocido por fuera y algo crudón por dentro. El cortarlo daba ya un placer puesto que no era suave, ni demasiado duro, ofrecía una resistencia, como diciendo:
Hay que esforzarse por saborearme.
Tengo diferencia de los demás platillos, lento, con más esfuerzo, prometo retribuir el tiempo empeñado en degustarme.
Y así lo hizo.
La consistencia era propia de la carne, masticable, pero con ese batallar propio de lo que no ha sido enteramente transformado por el fuego, chicloso podría pensarse, elástico y ligeramente sangriento. Diría yo que fue un placer primitivo, pero con la finura de un evento matrimonial, la mezcla de ambos entornos me es imposible de superar, incluso a un mes haber probado el platillo aquél. Me imaginé así, trajeado hasta con corbata, con dos tenedores, sentado en una mesa de manteles largos; por fuera: un elegante y discreto comensal; por dentro, en la boca, un carnívoro ancestral sin más pensamientos que vencer y terminar el alimento postrado frente a mí.
Seguro me toparé con el platillo de nuevo, he memorizado su nombre, sólo espero que no sea un accidente y que sólo un chef sea capaz de prepararlo, pues me sentiría bastante desolado en el mundo de los manjares sabiendo que la cúspide ha sido dejada atrás.