Dos conciertos, o casi
Ahora les contaré de la última (4ta vez) que fui a Nueva York. El motivo: Dos conciertos, viernes y lunes; o eso creí porque al mediodía del último día cancelaron el del lunes y me quedé en la gran manzana, con 7 horas y nada qué hacer. Conocí a un argentino, cantante, que vino a pasar un mes de vacaciones y estudiar un poco de inglés. Después de unos minutos de conversación al final de mi día de trabajo remoto, decidimos hacer de mi última noche en Nueva York una salida espectacular.
Al llegar al primer bar de la noche comenzamos hablando de lo que hablan los hombres, proyectos de vida y pequeños triunfos, ya saben buscando ser el Alfa incluso de un grupo de dos. Cuando nos dimos cuenta que nuestros éxitos no son comparables, ni son una amenaza para el otro. Compartimos lo que todos, pláticas de desamores.
Una rodaja de limón pero sin sal fue el cierre del primer brindis entre centro y Sudamérica.
Al fin de las últimas cervezas de la “happy hour” viendo que nuestro presupuesto era limitado comienza el bonaerense: “Loco, que está todo muerto vayamos a un lugar con vida, sabés, es Nueva York”
Y vida hallamos, brincamos por al menos 3 bares antes de llegar a ese espacio irracional con música horrenda, cerveza cara y dos bartenders contrastantes, ambas de jeans y bikini. Una wera malhumorada, ruda y altanera. La otra, la coquetería morena hecha mujer de silicón.
Dos latinos sumergidos en un bar de yankees, veintañeros entre cuarentones, nos quedamos porque ya habíamos recorrido suficiente y el ruido nos fascinaba, eso y la pésima iluminación nos hacían creer que estábamos en el lugar correcto. Él intentó conquistar a una gordita sacada de graduación fallida universitaria de los 80's. Yo sólo quería recibir reclamos y malos tratos de la bartender agresiva, una fierecilla que afirmaba que "una dolara era propina barato" por cada cerveza que servía frente a mí.
Lo observo y noto esa negociación, la mujer de cabello desteñido enmarañado, de raíces tan negras como sus cejas, y unos mechones tan rojos a la luz, que podías notar que de día su Rubio Dorado había pasado a mejor vida para ser un remedo de hilos blancos amarillentos.
Me tomó 30 minutos caminar de regreso el camino andado, hacía unas horas fueron 5 más 8 dólares. Mandé mensajes afectuosos por celular e hice llamadas impertinentes que fueron bien recibidas. Hay de esas amistades en el mundo que hasta sonríen al oírte declarar cariños liberados por botellas.
Maleta en mano, una pausa para revisar dónde va a parar esta noche, sin duda caminando hacia el bus que me lleve al departamento en la ciudad aburrida donde vivo a dos estados de distancia. Mal dormido malcomido y listo para el claustro oficinil. Creía que la historia estaba cerrada, pactada y firmada cuando en eso entra Rodrigo al hostal:
Al llegar al primer bar de la noche comenzamos hablando de lo que hablan los hombres, proyectos de vida y pequeños triunfos, ya saben buscando ser el Alfa incluso de un grupo de dos. Cuando nos dimos cuenta que nuestros éxitos no son comparables, ni son una amenaza para el otro. Compartimos lo que todos, pláticas de desamores.
“En todos lados las mujeres son iguales y en todos lados somos unos boludos que no podemos entenderlas ni tenerlas contentas” comenzaba a alegar el pibe. “Das y das y entregas todo el cambio y ¡SIEMPRE faltan 5 centavos para el peso!”. Sí, la noche de bares ya estaba emanando anécdotas
“¿Tomás tequila?”
- Soy de México, claro que tomo tequila, me preocupa que tú no lo puedas terminar
“Andá loco que pedimos un tequila que sho quiero probhalo ... Pero solo no, vos me tenés que acompañar”
Una rodaja de limón pero sin sal fue el cierre del primer brindis entre centro y Sudamérica.
Al fin de las últimas cervezas de la “happy hour” viendo que nuestro presupuesto era limitado comienza el bonaerense: “Loco, que está todo muerto vayamos a un lugar con vida, sabés, es Nueva York”
Y vida hallamos, brincamos por al menos 3 bares antes de llegar a ese espacio irracional con música horrenda, cerveza cara y dos bartenders contrastantes, ambas de jeans y bikini. Una wera malhumorada, ruda y altanera. La otra, la coquetería morena hecha mujer de silicón.
Dos latinos sumergidos en un bar de yankees, veintañeros entre cuarentones, nos quedamos porque ya habíamos recorrido suficiente y el ruido nos fascinaba, eso y la pésima iluminación nos hacían creer que estábamos en el lugar correcto. Él intentó conquistar a una gordita sacada de graduación fallida universitaria de los 80's. Yo sólo quería recibir reclamos y malos tratos de la bartender agresiva, una fierecilla que afirmaba que "una dolara era propina barato" por cada cerveza que servía frente a mí.
Lo observo y noto esa negociación, la mujer de cabello desteñido enmarañado, de raíces tan negras como sus cejas, y unos mechones tan rojos a la luz, que podías notar que de día su Rubio Dorado había pasado a mejor vida para ser un remedo de hilos blancos amarillentos.
“Que huele a ajo, no me dejes garchar”. Decía el sureño, pero su cuerpo iba hacia ella.Terminé mi trago a solas, de espaldas a la barra, el mareo del alcohol es traicionero y mezclar cerveza con el infame tequila doblega a cualquiera. Regresé al hostal por la maleta que dejé en resguardo
-Tío, llévatela o que te lleve, hazlo por mí que me voy mañana a RhodeIsland. “Y bueeeno pibe, acá te quedás y después hablamos, vale”
- En todos lados son iguales, y por lo visto, la mina ya es tuya. – le respondí sonriente.
Me tomó 30 minutos caminar de regreso el camino andado, hacía unas horas fueron 5 más 8 dólares. Mandé mensajes afectuosos por celular e hice llamadas impertinentes que fueron bien recibidas. Hay de esas amistades en el mundo que hasta sonríen al oírte declarar cariños liberados por botellas.
Maleta en mano, una pausa para revisar dónde va a parar esta noche, sin duda caminando hacia el bus que me lleve al departamento en la ciudad aburrida donde vivo a dos estados de distancia. Mal dormido malcomido y listo para el claustro oficinil. Creía que la historia estaba cerrada, pactada y firmada cuando en eso entra Rodrigo al hostal:
¡La mina jadepú malparida!... Me sheva al boliche se quiere liar con unos tipos, boludo, que estaban ahí qué sé sho, en el boliche
Me rogá para que le compre vino blanco
¡Vino blanco! La gorda esa asquerosa olor de ajo... ¿A qué queré vino blanco en un boliche?
Que le ofrezco cerveza y se me enoja, ahora para contentarla termino comprando el malparido vinito ese de mierda. ¡La gooorda!
Sabés que sucedió cuando le digo que sha, que 'ta weee que nos fichemos para qué se sho, el cuarto una pieza... Dormir juntoh sabés
Que me dice que está mareada, que el vino le ha venido mal (¡la gran sinvergüenza que no pará de romperme las pelotas!)... Que queré le shame y después vemos
- Al menos te dijo que se vieran pibe, que no todo está perdido
¡No qué va! Que en un girito que ni en los tangos son tan rápidos la muy gorda de mierda se montá en el taxi ¡sin darme su número!...su dirección, el celular, la gran reventada de pelotas que ni el correo electrónico ¡¿y yo cómo mierda la hallo?!... Que sí me lo da, no la buscaba tampoco, pero ¡no me dio nada!
Me deja así, sin plata, sin aquesho, sin dormir y sho que estaba de lo lindo en el bar con vos viéndole las tetas a la morena de la barra ¿te recordás boludo?
- Sí Rodrigo, esa gorda te la jugó, te acompañaría a hallarla y que te regresara el dinero de los tragos al menos, pero mi tren sale en unos minutos y debo correr. Al menos la besaste.
Sí que la besé eh... Me habría gustado que la gorda no oliese tanto a ajo pero sí que la besé, malparida gorda
- Va Rodrigo, me marcho, disfruta los últimos diez días en nuevayork, ojalá no te topes más gordas aunque bueno, "Todas son iguales"