30.12.11

El je ne t'aime plus de las princesas

Uso tweeter para expresar pensamientos grandes en frases pequeñas como la del título, pero muchas veces siento que debería justificar o agregar algún contexto a dichas frases. No niego que me gusta que crean que me refiero a tal o cual persona en particular; pero la verdad es que tal o cual persona sólo inspiran frases, no llevan dedicatoria. Alguna vez un amigo me pidió que las escribiera en un blog, supuse que con tweetearlas bastaba, pero quizá de ésta manera sería más fácil recordarlas y compartirlas, qué se yo.
Quizá debería usar más tumblr para este tipo de experimentos de redes sociales. Pero le tengo cierto cariño a este espacio. Aunque ayer aprendí a conectar el iPad al internet mediante el bluetooth con el iPhone y eso puede ser provechoso para el microbloggin'.
Lo pondría como propósito para el año que comenzará el domingo pero no me comprometeré a ello sino hasta que esté escrito. Como eso de que:
Kluzter: Dícese del je ne t'aime plus de las princesas.

19.12.11

tiGueres


Olvidé en el post anterior resolver a la duda que más de uno me ha preguntado: ¿porqué escribes tigres con ‘b’?
Llevo varios años escribiendo el nombre del equipazo de mi vidaza con esa letra. Primeramente porque así era más fácil encontrar resultados en google / twitter en los que yo hablaba del equipo en lugar de usar la letra correcta. Incluso intenté aplicar un HT en twitter sin hacerlo muy popular salvo entre mis amigos/conocidos más allegados.
Por otro lado, aunque fuera fan del equipo, viví tiempos muy difíciles apoyando al segundo peor equipo de la liga durante casi 3 años seguidos, igual que hace cerca de 15 años. Más cuando sucedía la risible época Guzmán, donde no quedaba más que ir al estadio “a esperar que no perdieran tan feo”. Un equipo sin garra pues.
Eso me llevó a sustituir la letra y escribir el nombre en minúsculas. Durante un tiempo “los castigué con mi ausencia” en el estadio, después decidí asistir religiosamente cada 15 días pero no les daría el nombre poderoso que portaban pues no parecía que lo merecieran. No hasta que jueguen como el equipo que quiero ver. Y así es que este torneo Apertura 2011 rompieron racha de 29 años y medio sin quedar campeones, quedando en los primeros 3 lugares del torneo, en primer lugar del año en puntos recibidos, sobrepasando cualquier métrica que pude aplicarles, además de ganarse la 3er estrella, se ganaron esa 'G' de garra, de gusto, de goleo y de ganadores. Espero que así continúen y no recurra yo a la letra de la época en que parecían un equipo “B”

14.12.11

Los 90 minutos más largos de los últimos 29 años


De entrada les aviso que este es un relato futbolero, por lo acontecido el pasado domingo 11 de diciembre donde el equipazo de mi vidaza quedó al fin campeón.
Como muchos, me había hecho a la idea de no ver a mi equipo llegar a las finales y coronarse, había aprendido a vivir con apoyar a un equipo de lucha, garra y entrega pero que nunca quedaba campeón. Equipo cuya afición le daba la personalidad de jugar contra adversidades que jamás llamé fracasos, siempre fueron retos; incluso en las dos épocas de oscuridad, creo que ahí más que en cualquier otro tiempo. Fue difícil aguantar, seguir queriendo y apoyando, incondicionalmente. Creo que esa es la palabra que ha definido el camino que tengo siguiéndolos, incondicionalmente; pues nunca me importó qué tan mal o bien estuviera el equipo, yo ahí estuve, en las buenas, las malas y las peores. El cariño por un equipo es como el que se le tiene a las mujeres, simplemente está ahí sin influenciarse si los demás dicen que no es bonita, que tiene malos modos o que podrías conseguir algo mejor; tan necios los otros por querer convencernos y necios nosotros por no hacer caso. Así queremos los hombres.
El pasado domingo se cortó con una sequía de títulos de casi 30 años, hasta el cielo fue cómplice al llorar incansablemente durante toda la jornada, con bajas temperaturas y poca visibilidad. Sí, el cielo cortaba con sus aguas la sequía que pasó mi equipo por tantos años. “Voy a llorar independientemente del resultado del partido del domingo”, lo repetí desde que supe que ese día sería el día definitivo, el que quedará en la historia y memoria de propios y extraños.
Sé que no soy el único que llevaba a cuestas los años de burlas y críticas, de intentos de convencerme de dejar al equipo, de apoyar a uno grande, a uno con jerarquía, un equipo que presentara vida no recuerdos de antaño deslavados y que no presencié con mis propios ojos. “¿Qué sabes tú de fútbol si no has visto a tu equipo campeón?” “Nunca han ganado nada”, lozas como éstas eran apiladas sobre nosotros durante décadas. Pero el amor no tiene explicación, la pasión no entiende de títulos, de comparativas, pues hasta contar desventuras le da sabor a ese cariño, tan incomprensible que se alimenta de sí mismo como una broma irónica: te quiero porque andas mal y te quiero porque andas bien.
Sabía que lloraría ese día ya fuese por apilar una carga insoportable más o por al fin librarme del yugo que me acompañaba desde que me volví Tigre. La liberación era un sueño la realidad era un suplicio que se sintió en los huesos cuando aún con un hombre más, el equipo caía tras haber dejado irse el gol en un penal que aseguraba el triunfo de una vez por todas. “No otra vez, por favor, no me pongas a prueba otra vez” repetía para mis adentros cuando el estadio enmudecía incrédulo ante la mala fortuna, la increíble falla de Lobos, el estandarte del equipo. Duró poco el silencio, es cierto, pues todos comenzamos a vitorear al equipo de nuestros amores, ya no con ánimo ni fuerzas ni siquiera ganas, sino con desilusión, reclamo y esperanza, sobretodo esperanza. Gritábamos el nombre del equipo aunque se podía distinguir que el mensaje detrás de nuestras porras era “No otra vez”.
Apoyar a un equipo implica encontrar y elegir una familia, ningún otro equipo más que el mío puede transmitir esto, ¿de qué otra manera explicas el apoyar sin recibir nada a cambio?¿el que once desconocidos te pongan de buen humor por una semana entera si no saben que existes?. Compartir la familia del futbol con los consanguíneos se vuelve un lazo más inquebrantable que el mismo ADN. Este año me eché a los hombros a los dos Tigueres más jóvenes de mi familia; al padre de uno de ellos le debo el haberme llevado a mis primeras pruebas de fe con el equipo, al descenso y al doble campeonato de vuelta a primera división; al padre del otro el apoyo de los últimos años, siendo que él apoya al vecino de enfrente me asignó la tarea de acompañar al menor de sus dos hijos el único fan del futbol. En la familia la polémica nunca sobra con temas como éste. Así me enfilé con ambos, yo que había sufrido las derrotas más pesadas de la historia del equipo y ellos quienes vivían su primer torneo asistiendo al estadio llenos de ilusión por “quererlo ver, campeón otra vez”. “Los primos de la suerte” les llamo ahora que el equipo dejó de ser visto como un defecto e insignia de mal gusto, referente de la ineficiencia y el mal manejo sin embargo muestra hoy orgulloso el ícono del campeón.
A modo de confesión puedo decir que lloré cuando cayó el gol de Mancilla, el que nos regresaba la copa; también con el de Pulido, el que cerraba el ataúd de Santos. Lo hice porque todos estos años se veían recompensados con algo que no era necesario: un campeonato, al equipo se le quiere, se le apoya incondicionalmente, no es necesario que demuestren que son los mejores; así los vemos siempre, es nuestro equipo son nuestros colores. Lloré apretando un pequeño morral que pertenecía a mi padre, con quien visité mi primer estadio y con el que nunca pude hablar de mujeres o de futbol, porté sus facciones por genética: el bigote de crecimiento disparejo, los labios enormes y la mirada entreabierta; el mismo corazón auriazul y el mismo morral con las letras y colores del equipo. Mis piernas flaquearon y me dejé caer al tablón cubriendo con mis brazos mi rostro mojado más por lágrimas que por lluvia, los primos de la suerte me ayudaron a mantener el equilibrio y me pusieron de pie, uno bajo cada brazo pues así lo manda la tradición. “Dondequiera que estuviera antes, ahora está conmigo, llorando desde el cielo” ¿Qué otra cosa podría pensar? Para eso llevé su morral, una de las pocas pertenencias que conservo de él; para forzarlo a vivir una final juntos traspasando la frontera terrenal con la divina, para contemplar la historia con mis propios ojos desde lo alto del estadio “estando más cerca de él”.
El día que Tigres se volvió campeón otra vez, yo cumplía 10 días más de vida que la que llegó a tener él. Hay tradiciones contra los que no tiene sentido luchar; hay pasiones contra las que no tiene sentido razonar, hay equipos contra los que no se puede ser indiferente pues están marcados por el destino, por historias como la mía y las de quienes me han compartido sentimientos similares que vivieron ese día.
Me resta sólo dar gracias por renovar esa pasión que velaba por 29 años dando ejemplo de lo que es el amor incondicional. ¡Felicidades Tigres!