Cuatro emociones y un funeral
Ok, pues, algunos ya se enteraron y los demás quizá sepan a partir de este escrito. Febrero fue un mes de derrumbes emocionales, de aquéllos que nos hacen señalar con el índice y reír como Nelson con un sonoro “¡Jaa JAAA!”; o si somos empáticos nos ponen un semblante serio y lúgubre.
Falleció una de mis tías, la vdd no la conocía demasiado, había separado a sus hijos del resto de nuestra numerosa familia por algo que su esposo, hermano de mamá, develó con un impactante “no quiero que mis hijos se junten con esos niños porque son pobres”. Algo similar me relató aquél hombre a quién yo redescubriera cuando tuvo un problema de salud y tras años de sólo ser el tío Meme a quién veía en reuniones familiares me tocó hacerle guardia en el hospital. Ya saben, los sanatorios acercan mucho a las personas, igual que los funerales, irónico. Él ha sido un roble desde que comenzó a tener hermanos y tuvo 9 a los que cuidó y ayudó, pero ese día estaba perdido y sin órbita creo que por eso me llegaron todas sus palabras en el camino de su casa a las capillas. Merece relato aparte, aunque creo que me lo guardaré para contar la historia de viva voz.
La segunda fue motivada por una decisión de esas del estilo apostador, de póquer, de vegas y de película. El clásico y emocionante “todo o nada”, sobra decir que no era en realidad un nada, pero cuando apuestas todo y no ganas, se siente peor que te digan: “pero te podemos seguir dando cartas para que juegues aunque no tengas fichas”, gracias pero mejor consigo fichas y nos vemos al rato.
La tercera, un aparente arranque de indecisión y espontaneidad que realmente era una inquietud que tenía de unas semanas anteriores pero no había concretado por falta de efectivo causó un duelo maternal épico. Al grado de pasar de ser el hijo pródigo a persona non grata, “no puedes entrar en mi casa”. Diría yo que me sentí como varios pedacitos de árbol caídos, ya ni siquiera era el árbol completo en el piso, no, pedacitos. Y todo por un par de arillos metálicos en un cartílago, que ni se notan.
El póquer de emociones lo cerró una misteriosa llamada por parte de uno de mis tíos quien tenía “que echar una platicadita” conmigo, pensé que era por lo de la ruptura que tuve con la mamá; quizá estaba enfermo, quizá ocupaba firmas para trámites legales de los que duelen y donde sólo ganan los abogados. Y no, no aguanté con lo que ya traía cargando y esas dudas infinitas sobre el motivo de “la platicadita”
Al final como en todas las cosas, aprendes a flotar y a rearmar los pedacitos. A veces toma mucho tiempo a veces es inmediato, hoy inicia la primavera y es el mejor momento para comenzar y como ya puedo hablar del fatídico febrero, creo que es buena señal.